Mi Rey Mago…


(… a Raúl Alberto Pinheiro V.)

Mi hijo tendría entonces, ocho añitos. Era la primera que me llamaban de la dirección de la escuela, la única del pueblo, para una petición de lo más singular. Habían confeccionado un disfraz de Rey Mago, y como imaginarás, no hay muchos hombres de mi tamaño en mi localidad. ¡Cómo podía decirles que no!
Llegado el día, tomé la túnica, el turbante, la peluca blanca con la barba y me eché al hombro el costal cargado de juguetes… allí comenzó la magia. Si me hubieras visto, sólo se me distinguían los ojos. El disfraz estaba muy bien hecho y pensado para mí. Lucía irreconocible.

Aquella mañana de Enero, mi pequeño amaneció con fiebre, por lo que su madre no le mandó a la escuela. ¡Los niños estaban felices!, pero a mí se me partía el corazón al ver que entre sus caritas de asombro y alegría, no se encontraba el rostro de mi niño. Así que, terminada la faena con los pequeños, atravesé todo el pueblo, disfrazado de Rey Mago, hasta nuestra casa, que en aquel entonces estaba en la cima de una colina.

Ya te puedes imaginar su sorpresa, parado desde la ventana observando, mientras aquel punto brillante cobraba claridad con cada paso que daba. Yo, podía ver su cabecita asomarse, con curiosidad primero y con saltos de algarabía después que creyó imaginar de quién se trataba. Bajó corriendo a mi encuentro, tan rápido como pudo; yo temía tanto que me descubriera, que en el ímpetu de su alegría terminara por tirarme el turbante o quitarme la barba… ¡pero no! Se abalanzó sobre mi pecho, me apretó tan fuerte como sus pequeños brazos pudieron y las lágrimas de alegría no se hicieron esperar. Por favor, no me preguntes de cuál de los dos brotaban.

Mi hijo creyó, con esa inocencia ciega con la que sólo pueden creer los niños… o al menos eso pensaba yo.

Aquella sensación fue indescriptible. ¡Era él! ¡Era mi hijo! Disfrutando de mí sin saberlo; y yo, su padre, disfrutando de él, de su felicidad, de un modo muy mío pero al mismo tiempo diferente. Aquel día de Reyes ha sido el más especial de todos. Su sonrisa de niño agradecido con la vida, se ha quedado marcada en mi memoria para siempre. Por eso no me gusta cuando a los niños les roban la ilusión… ya se encargará la vida de hacerlo por su cuenta, sin ayuda de nadie.

Nunca le confesé que había sido yo, y en realidad no sé si alguna vez lo supo de otra cuenta. Sólo sé que aquella mañana de Día de Reyes, nos hicimos el uno al otro, los seres más felices de la tierra.

©V.H & B.R. (Enero 06, 2013)

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by R.A. Pinheiro