Pocas cosas hay tan cotidianas como el café… como los besos pequeños, que apenas se detienen a tocar la piel; como los amaneceres de colores intensos, que acontecen tras las nubes grises de un día lluvioso, y no por ellos son menos ciertos; como los desayunos pausados y sin prisas para saborear la vida, de los fines de semana; como su desnudez detenida junto al diario sabatino, que reza la locura infinita del mundo mientras su paz lo llena todo.
Hay quienes desprecian lo cotidiano, por humilde, por repetitivo… sin saber que en ese acontecer pequeño, en el que apenas reparamos, se forja la zapata de nuestra vida, los fundamentos más firmes de todo cuanto somos y deseamos alcanzar en un futuro. La cotidianidad, como la taza de café que acarician sus manos, es pequeña… pero su belleza en tan inmensa, que cruza las más abismales distancias, hasta llegar a entibiar el corazón.
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A Trancas y Barrancas 