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Hombre Herido…

No llama la atención, pero si te acercas un poco más podrás ver que la piel debajo de la piel tiene profundas estrías. Que más abajo de las arrugas, como en estratos, camina su alma devastada por la intemperie. Tiene tatuados sus recuerdos en el rostro como un maori y marcado su antebrazo con un número. Esto es especialmente doloroso porque esconde un pasado desgarrador. El fondo está surcado por las hendiduras que produce el aire cortante del invierno y su espíritu no es mas que un papel que mueve el viento, estragado por el llanto. Déjalo en papelera, es uno entre millones. Tú no puedes hacer nada.

Juan Yanes

by Benoit Courti
by Benoit Courti

Amores Sueltos…

 

– ¿Hacia dónde vas?
– Sigo los rastros sobre la nieve, debo darme prisa, no durarán.
– ¿Temes a la tormenta?
– No tengo tiempo para el miedo, los rastros…

En el calor de la madriguera podemos escapar de todo ese cielo abierto lleno de rapaces, pero cuando uno es tan pequeño siempre llega la hora de salir con frecuencia, los relojes de arena descuentan los granos hacia atrás en el recuerdo cuando vuelve el hambre, el último encuentro con la presa dejó un silencio entre los árboles del bosque pero los cachorros de la manada siguen hoy haciendo ruido, todo cuanto traemos nunca es suficiente… los apetitos, como el frío del invierno, son insaciables cobrando vidas.

Tengo un rastro fresco, no es comida, es una hembra herida, ha estado caminando cerca de la manada y ahora se ha escondido en la maleza, me acerco despacio pero quiero que me huela, llevo comida entre los colmillos, me ha olido pero no escapa, la escucho rugir, me acerco más despacio y rujo al mismo tiempo que ella, acercarme más no es una buena idea, dejo la comida en el suelo y me alejo unos metros, no aparta la mirada de mi mientras come ni yo de ella, está delgada pero no desorientada, ha mantenido limpio su pelaje a pesar de estar herida y cansada, dejo mi orina cerca de donde está ella y me voy de allí, la próxima vez que me acerque ella me reconocerá.

La magia de las noches sin Luna es que se agudizan los demás sentidos y vivimos entregados a reconocernos como sombras de olor y sonido, es magia negra para mi encuentro con la manada, el aroma a sangre de animal herido viene conmigo aún sin tocarla, pronto estoy rodeado de sombras rugiendo y yo rugiendo en medio, ninguno podemos ver quién tiene los afilados colmillos asomando en la helada nocturna pero me reconocen y se calman, ella va a ser un problema, no es aceptada. El silencio y la ausencia de luz siempre han sido anfitriones del sueño, estoy corriendo por el valle, de repente algo me ataca, es ella. Despierto inquieto, la manada todavía duerme, aún no ha amanecido, aprovecharé para coger otro trozo de comida y se lo llevaré a ella, será la última vez que vaya, su rastro no ha permanecido, la nieve ha borrado todas las huellas y tengo que encontrar el lugar de memoria pero ella no está entre la maleza, en su lugar sólo hay ausencia, no tengo a quien alimentar y no tengo hambre. Regreso a la manada y dejo la comida en su sitio, todavía puedo dormir unas horas, mi sueño ha cambiado, estoy bebiendo en la orilla del río y desde la otra orilla puedo verla a ella que me está mirando mientras escucho sus rugidos.

El día empieza, no porque la luz lo diga, sino por el ruido de ls cachorros jugando a cazarse entre ellos, la manada está inquieta, todos merodean la madriguera del macho alfa que por fin sale y detrás de él… ella. La manada se acerca a olerlos con cautela, yo prefiero guardar las distancias, ha debido seguir mi rastro mientras las huellas estaban frescas, ella me mira pero no se acerca, no se separará de su nuevo compañero ni de la manada.

(Quise hacer un fuego en el invierno de mi corazón y alimenté tanto las llamas que sin querer se calentaron otros.)

A. Tejeiro Galván