Jugaba a escondérsele al tiempo… para ello se agazapaba en silencio justo detrás de las manecillas del reloj, con la equivocada idea de que dentro de si mismo sería el último lugar en donde le encontrarían -porque el tiempo habita en los relojes, eso todo el mundo lo sabe-. El tiempo, desde su ubicuidad, se hacía el desentendido por un largo rato… y se gozaba viéndole reír sus risas de niño despreocupado y feliz.
Me gustan los relojes de sol !!!
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Valioso trozo literario. Aplausos desde casi las doce, noche en Buenos Aires.
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