Amo el campo. Me gusta su sencillez barroca. Su tiempo eterno entre la noche y la luz. Encender un fuego después de un día cansado. Hipnotizarme ante la llama. Recrearme en lo natural, devenir cargado de probatinas hacia lo inefable.
Estar. Ser. Dejarme.
Me gusta el queso sobre la madera, la jarra de vino, el pan que construye tu mano, la carne vibrante en el fuego. También la carne cruda entre lunas de vela derretida, lino y estuco, carne de tu paisaje.
Ámame un poco más, para acostumbrarme a perderte. Me gusta mirar al atardecer el planetario inmenso de tus ojos cercanos. Las abisales curvas de tu toponimia. Quisiera que me gustasen los usos, las ceremonias sagradas de tu sociedad.
Eso no será.
Me gusta ese pasar de nubes en azul. Ese viento que hace resurgir la vida en las ramas. Siempre las ramas que se mecen, hace tanto… ese tiznar de colores del suelo, el agua que refleja la bóveda celeste. Ese profundo y enorme estar de las piedras. Los sonidos que ebullen de la vida desenfrenada. La vida que siempre pugna.
Quiero ser uno con ellos. Pero…
Dame tan sólo un instante de esa vida que pueda degustar. Ofrecido en lar de trascendencia. Dame lo que más me constituye, dame. Date.
Dani Grustan I.
A Trancas y Barrancas 