Cualquier gesto era bueno siempre que se ridiculizaran juntos. Reían estruendosamente el uno con la otra -y aquí se debe hacer hincapié en la preposición «con», que no «de»- hasta pasar, de la euforia que les provocaba la risa, a una excitación incontrolable, antesala de los mejores encuentros eróticos de los que tuvieran memoria. Después de todo, nada como el ridículo para derribar las posturas que lapidan y reprimen nuestra Sombra.
Un perfume debe oler como “las partes íntimas de mi amante”
– Jacques Guerlain
Cerró los ojos y se llevó índice y mayor justo hasta la hendidura del filtrum, entre la comisura del labio superior y la base de la nariz; como si no supiera qué hacer primero: oler o probar. Luego, lentamente… fue esbozando una sonrisa entrecomillada por los surcos de sus mejillas, en un atrevido gesto de egoísmo supino de quien no piensa en modo alguno compartir su dicha.
Se preguntaba si el tranquilo gesto de besar cada día su fotografía sería suficiente, para que del otro lado de la vida, ella supiera que la pensaba, que seguía sentiéndose suyo, que todavía la amaba.
Llegan en el momento más inesperado y pegan sus mocosas narices contra el vidrio, como atraídos por un olor a dulces y golosinas en lugar del olor a llanto y miseria que se respira aquí dentro. El recuerdo de sus ojitos embelesados se desvanece pronto, junto al vaho tibio que el frío se encarga de borrar hasta la llegada del siguiente. En mi hierático gesto permanece oculto el debate conmigo de si es la curiosidad o la necesidad de calor lo que termina por sellar su suerte, irremisiblemente.
No quiso preguntar -ni preguntarse- el origen de aquel descerrajado abrazo, que parecía haber nacido como un acto reflejo de su interlocutor y del cual resultó destinatario. Mas, siendo tan adusto e insociable como era -a pesar de lo profundamente conmovedor que le resultaba tan universal y desconcertante gesto- se agradeció a si mismo el no haberle preguntado más allá de la hora, a aquel extraño.
… y el gesto recurrente,
de esa cabeza que gira apenas
unos cuarenta y cinco grados…
porque un último vistazo
a lo que fue,
no está de más….
Porque sabe que jamás podrá volver.
Ese breve giro,
imperceptible para el resto
pero no para mí,
que sé de la temeridad
de quien apostó todo al amor
y se retira con gracia,
tras haber perdido.
Ese gesto sutil… inaparente,
es lo único de ti
que se quedó conmigo.
La niña de la máscara paseaba sosteniendo entre sus manos tres caretas en forma de globos. Representaban el llanto, la risa y la melancolía. Se detuvo frente a mí e hizo un gesto invitándome a sostenerlos; luego, susurró un secreto a mi oído, sopló un cuarto globo y se robó mi asombro. Desde entonces hay cosas que todavía me sorprenden, pero me descubro manteniendo a la fuerza un gesto inexpresivo.
En medio de la trifulca surgieron hemorragias de antiguos deseos que, por razones incomprensibles y diversas, simulaban estar vivas. Fricción… roce… babas… hambre… la boca se había vuelto loca y pretendía apresar cualquier atisbo de piel. La rigurosa contabilidad del gesto, de cada gesto,…la peculiar medida de un tiempo contante y sonante, de un compás, que parecía impuesto y remitía a una totalidad sinfónica…todo conducía al interior de la epidermis.