No sé tú… pero a mí me tocan las palabras.
Me asaltan por la espalda para besarme el cuello, y de ahí deslizarse cuesta abajo… no sin antes detenerse entre mis hombros y al unísono apretarlos desde dentro.
Al pasar por las costillas, me hacen reír… y en mis hoyuelos sacros se detienen lo suyo, dibujando círculos concéntricos en puntillas de pie.
Si estoy así, como lo estoy ahora, acostada… suben despacio las colinas de mis nalgas y toman su descanso en las planicies de mis muslos. Me besan detrás de las rodillas y al llegar a las plantas de mis pies, me hacen cosquillas nuevamente.
En raras ocasiones, aunque suceden, se dejan caer de golpe, todas juntas… imitando a la perfección el peso del cuerpo de mi amante -cuando agotado, descansa la faena sobre mi espalda-.
Unas veces me sorprenden, me encienden, me desbordan; otras me arrullan, me duermen y me calman.
No sé a ti, pero a mí… hay quien sabe tocarme con palabras.