Archivo de la etiqueta: Pasión

Del Café y el Hacerse Viejo…

Cuenta mi vieja, cada vez con menos frecuencia, aquella ocasión en dónde, inadvertidamente, desaparecí de casa. Al no dar con mi paradero, salieron a buscarme por el vecindario. Pocos metros después me encontraron sentada, conversando, al lado de Don Juan -un vecino nuestro, cercano en aquel entonces a su octava década de vida… yo tenía apenas tres años de edad-. Momentos antes de que mi madre reparara en mi presencia, ya se escuchaba mi vocecita dicharachera replicar: «pues sí, don Juan, como le seguía diciendo, don Juan…». «Siempre has sido una vieja, -acota mi madre al rememorar la anécdota- aun cuando eras tan sólo una niña». Aquello de aprender a cantar con menos de dos años de edad y haber sido alfabetizada a los tres, no ayudaba mucho al caso. «Pero no tan sólo te has comportado como una vieja, sino que a lo largo de tu vida has disfrutado de la compañía de personas mayores que tú» -concluía sentenciosa.

¡Hummm! ¿Qué tiene la gente mayor que me atrae tanto? Algo que he atesorado a lo largo de toda mi vida: ¡Conocimiento! Ese saber ser que sólo otorga la experiencia… y además, esa actitud de «me importa un carajo lo que pienses», la cual aspiro llegar a alcanzar algún día no muy lejano.

Me estoy haciendo vieja, aunque el gringo insista que mientras él esté, ese es un tema que tengo prohibido tocar, -por cuestiones obvias, él tiene 20 años más que yo-. Dice que soy una bebé, una que se cree más vieja y más sabia de lo que verdaderamente es. Mas yo insisto. Porque no sólo veo el deterioro físicamente: estoy cada día más crocante (empiezan a sonarme cosas aquí y cosas allá), y todo lo que antes habitaba en el segundo nivel, empieza a ser afectado peligrosamente por la ley de la Gravedad, que no perdona ni hace acepción de personas.
Aunque considerablemente menos, comienzan a reflejarse también ciertos fallos cognitivos, la prodigiosa memoria empieza a fallar; cada vez son más frecuentes los episodios donde me quedo enganchada intentando recordar algún nombre o, perdida en el espacio, un rostro u ocasión. Pero donde más comienzo a sentirlo últimamente es en los afectos. ¡Sí! Emocionalmente, para bien y para mal, también nos vamos haciendo viejos.

Desconozco si en psicología existe tal concepto de «envejecimiento emocional», y lo cierto es que pocas ganas tengo de averiguarlo; sólo sé que voy experimentando una sensación completamente novedosa para mí, que siempre fui un dechado de optimismo, alegría y buena vibra. Con cada día que transcurre «¡Me vale madre!» un mayor número de cosas. Hay menos gusto por el drama. Me he vuelto intolerante ante un mayor número de personas. Pero sobre todo, lo que antes me emocionaba enormemente, ha decrecido de manera sustancial en niveles de intensidad.

Enamorada del amor, como he vivido siempre, perseguía con ahínco y devoción dicho sentimiento de enamoramiento. Tuve los mejores maestros. El juego de la seducción era mi fuerte… y disfrutaba de cada movimiento con la misma intensidad con la que suelo jugar al ajedrez (¡Gracias Papá!) o al Monopolio. Las personas apasionadas no sabemos ser de otro modo. La vida fluye con una intensidad sobrenatural por nuestros cuerpos. No solamente existimos, ¡vivimos! No solamente nos quemamos, ¡ardemos! Pero con la subida, viene también la bajada; con los altos vuelos, también las caídas; y cada vez se torna más difícil encontrar un pedazo de piel, que no se encuentre marcado por viejas cicatrices de peleas libradas en los campos del amor y la vida.

Entonces un día, te das cuenta que comienzas a fraccionar el tiempo transcurrido en función a «bajas de guerra» y «daños colaterales»… te tornas menos atrevido, más cauteloso; declaras, voz en cuello, tu disposición a reducir cada vez más el «comer mierda ajena» y lo que antes te parecían «halagos», comienzan a verse como verdaderos «acosos», los cuales son necesarios evitar a toda costa, para conservar una buena salud mental. ¡Nada! Que te ubicas con los pies firmes sobre tierra, y terminas agradecido con los lastres que antes acusabas de no dejarte volar a tus anchas. Todo esto sólo puede tener una explicación: ¡me estoy haciendo vieja!

Alegoricamente hablando, la mujeres sabemos que no todos los orgasmos son iguales. Las intensidades de los mismos varían de manera descomunal. Los hay desde pequeños corrientazos, que te producen una especie de cosquillas por todo el cuerpo, hasta verdaderas descargas eléctricas que te elevan a una especie de paroxismo cercano a la muerte. O como dice mi admirado Febo, en su atrevida y lujuriosa opinión: se pasa de «una cremosa sinfonía de la alegría», los segundos, a «una lágrima láctea que cae desfallecida» los primeros. Pues bien, algo parecido termina sucediendo con las experiencias vividas. Las emociones, en su descubrimiento original, son percibidas en su máxima intensidad; aunque a medida que se van sucediendo una y otra vez en el tiempo, comienzan a parecerse a aquellos orgasmos menores, todavía satisfactorios pero… nada que ver.

Envejecer es para valientes, me lo dice el gringo todo el tiempo; como alentándome para que no desfallezca en el intento de mantenerme a flote en esta carrera contra el tiempo, que indefectiblemente terminaremos perdiendo. Envejecer es para valientes, ¡sí señor!, sobre todo cuando reparas en el hecho de que muchas de las cosas que creías blindadas, porque al ser inmateriales nadie te las puede arrebatar, no lo están. También son susceptibles a perderse… y definitivamente son para nada eternas.

Una de las pocas cosas buenas que todavía logro extraer de este envejecimiento emocional, es la desdeñada mirada hacia el futuro. El futuro es aquella dimensión tiempo-espacio, en donde probablemente no llegaremos a estar. Le pertenece a la juventud. Esa misma juventud que es desperdiciada en los jóvenes, como decía Bernard Shaw. Máxima incomprensible la primera vez que la escuché de labios del gringo (con apenas yo una veintena de años)… y pensar ahora, qué bien me calza el sombrero. La impertinencia propia de la juventud no me exaspera, por el contrario, la encuentro terriblemente graciosa. Me provoca una sonrisa maquiavélica el pensar que no hace tantísimo tiempo yo también estuve ahí: afirmada en el pedestal de los que creen saberlo todo a sus treinta y a los veinte sufren la terrible carga de la inmortalidad.

Yo, que siempre estuve rodeada de gente mayor, comprendo ahora esas miradas condescendientes ante la insolencia que exhibía. Y ahora que me ha tocado seguir sus ejemplos y sus pasos, entiendo tan bien el porqué los hombres de mi vida, en algún momento, como respuesta a las impertinencias de mis años mozos, han terminando mandándome a la mierda.
Unos han encontrado el perdón en sus corazoncitos, y ahora somos los mejores amigos posible; otros, a pesar de todo el tiempo transcurrido, todavía no me dirigen la palabra…

¡En fin! ¡Ame! Ame todo cuanto pueda, ahora que todavía reconoce al sujeto amado y se reconoce a usted mismo. Ame, mientras las fuerzas físicas le acompañen; pues la pasión sí que es una verdadera descarada, y aunque coquetea con todos, se entrega tan sólo a los más aguerridos. Ame, antes de que la rutina, las vivencias, la vida misma termine de robarle la poca inocencia que le queda (si es que le queda alguna) y el amor alcance su inevitable destino ágape, en donde reina la serenidad, la comprensión y el más absoluto de los aburrimientos.

«Vuelve a leerlo dentro de veinte años», es la recomendación del gringo, una vez concluida mi lectura.

#TrancasB
Abril 2021

Jirones de su Piel…

«¡Sí, acepto!»,
dijo sin que hubiese un ápice de duda en su afirmación
… y se entregó a vivir.
Se atrevió,
a sabiendas que su pasión nunca sería suficiente…
y la avidez se almorzó a la cobardía,
como si no hubiese mañana. 

No pudo sentir la tierra desvanecerse bajo sus pies,
mientras el precipicio le engullía.
Nunca se detuvo a hacer los cálculos de su caída
… sólo quería vivir. 

Lo inevitable tarda, pero llega…
y las mitades de un todo, vuelven a separarse.
Lo extraño era, mientras caían los jirones de su piel
… verle sonreír. 

#TrancasB

Jiron
by desconocido

Te Alejas…

 

He tejido mis neuronas a las tuyas,
excavado tus arterias, dado pulso
rítmico y amoroso a tu corazón.
Llevas mi olor en tu pituitaria
y la seda de mi piel te arde en las manos.
Te alejas, si,
pero envenenado de mi.
Me portas en tus sueños,
en el aire que respiras,
en la dulzura de la tarde que acaba
y que remolina estrellas en el lejano azul.
Vas y te sigo a pesar mío,
soy el veneno y preciso el antídoto de tu pasión.

¡Qué breve es el amor!

Luciana Garcés Sánchez

Fumando
by desconocido

Pasión…

«¡Oh Pasión!, tenías que llevar su nombre…»
V.H.

La contemplo largo rato, cuando por fin se aquieta y parece dormida. Suspiro. Quisiera que fuese tantas otras cosas, ¡pero no! Ella es quien es. Y sabe a qué ha venido. Por momentos me acerco, buscando un poco la ternura que añoro… y ¡ay amor!, al intentar asirla vuelven a incendiárseme los dedos.
Por lo mismo concluyo que la pasión no se toca… a menos que desees consumirte en su fuego. Contra ella, sólo el hambre puede protegerte… cuando tu propia carencia te seca como un leño olvidado al sol… para que su llama se alimente de ti, hasta agotarte por entero. Ésta es la única necesidad que admite. Tributo que pago a sabiendas de que al pasarme factura, llevará consigo todo.

#TrancasB

Adobe Spark-11
Arte by T.B., Foto by desconocido

TE ALEJAS

He tejido mis neuronas a las tuyas,
excavado tus arterias, dado pulso
rítmico y amoroso a tu corazón.
Llevas mi olor en tu pituitaria
y la seda de mi piel te arde en las manos.
Te alejas, si,
pero envenenado de mi.
Me portas en tus sueños,
en el aire que respiras,
en la dulzura de la tarde que acaba
y que remolina estrellas en el lejano azul.
Vas y te sigo a pesar mío,
soy el veneno y preciso el antídoto de tu pasión.
¡Qué breve es el amor!

L.G.S. para T.B.

by desconocido
by desconocido