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Sicario…

Today, it’s a beautiful day to die.*
a José Álvarez Arnal

(En los bosques de mirtos, vagan los amantes
que han muerto por desesperación amorosa.
Mientras, en el río de las almas,
nuevas manos temblorosas

se sumergen ansiando encontrarse.
Buscan con prisa,
como temiendo ser sorprendidos por Radamanto,
uno de los trece jueces de los infiernos.
O que Core,
consumida de celos ante su encuentro,

descargue su ira contra ellos.

El amor es una prisión… sacralizada, pero prisión al fin.
Si sabemos bien lo que es, ¿por qué creemos en él? )

Atho & Acuar

I
La noche volvió a vestirse de gabán negro, fumándose el vapor de asfalto de otra candente tarde de julio. Convocó a sus hijos. De las sombras comenzaron a salir más que murmullos: un olor mezcla de suciedad, orín y sangre seca, ascendía desde las alcantarillas -abandonadas largo tiempo por la lluvia-, diluyéndose con otro menos ofensivo que evocaban sudores compartidos, besos mojados y perfume barato.

Las seductoras criaturas que miran desde el fondo de su tormento, plagaron las esquinas atiborradas de ruido mucho antes de morir el sol; te asedian con ojos entreabiertos, ojos de largas y rizadas pestañas. Con una mano extendida hacia ti buscan complicidad; con la otra, fuertemente apretada en un puño, piden clemencia al hongo mágico que encierra los vapores de una botella empañada, -el mismo que te hace reducir o agrandarte dependiendo del tamaño del hueco por donde
buscas escapar del mundo.

Los viejos letreros de neón, que encandilaban los ojos de la noche con su perfidia, cobraban ahora una sonrisa burlona, tétrica, pero en cierto modo renovada. Mis pasos no buscaban ni llegar ni alejarse, por el contrario, se perdían. Una súbita y helada racha, de esas que cuando soplan barren con todo -incluso con el cariño-, me hizo esconder las manos temblorosas dentro de los bolsillos y bajar la cabeza, buscando proteger el rastro de sal marcado en mi rostro. Odiaba mentirle, pero no sería la primera vez:

(“Se cruzarán nuestras miradas perdidas, en cualquier ciudad del mundo donde haga menos frío que en nuestras vidas. Me invitarás a un café que aceptaré sin pedirte razones… y mientras me observas, romperás la caricia del silencio al decir que mis ojos son la cosa más hermosa que has visto en ese día; yo sonreiré, tan sólo para que te des cuenta de tu equivocación: lo más hermoso que verás es mi sonrisa.

Llegarás a quemarte en mis entrañas, ¡lo sé! Subirás las colinas de mis pechos y repetirás mil veces que me amas, mientras yo te creo a medias los “tequiero”. ¡Cuántas risas hemos reído juntos!, ahora desgranadas en recuerdos marchitos sobre el pasto seco de un otoño que ha llegado prematuramente.

Abrázame fuerte… que las magnolias ya no florecerán en invierno y su olor embriagante sólo permanecerá intacto en la memoria de esta noche infinita.”)

En vano busqué la virtud dentro de mi cobardía. Sonreí con ganas, al recordar aquella frase de “la virtud es potestad sólo de los muertos”. Sus palabras no dejaron lugar a las dudas. Dolió escuchar la verdad de sus labios mentirosos, aunque fuese tan sólo por una vez. ¡Sí!, fue mi culpa: mi ausencia dio vida a los fantasmas que ahora me atemorizaban. He debido ir a su encuentro cuando tenía que hacerlo, pero ya era demasiado tarde para volver el tiempo o refugiarme en trilladas e infantiles excusas.

Una figura indefinida, buscando aferrarse, me rodeó la espalda mientras susurraba una oferta de amor, barata y tentadora… pero ya eran muchos los días de cultivar el silencio, intentando adivinar cómo sería aquella ansiada eternidad que me seducía con los brazos abiertos. Por ello respondí a su invitación con un silencio tenebroso, oscuro como mis ojos negros, que le caló hasta los huesos y le heló el alma. Por primera vez, en todo el día, me pregunté si en mi rostro ya empezaba a adivinarse el espectro de la muerte. Sentí hambre.

La noche aún era joven, como yo. Cerré los ojos y en la oscuridad de mis pupilas comenzaron a desfilar alucinaciones escatológicas:

Vi mi cuerpo revolcarse de dolor en el suelo inmundo, mientras unas manos poderosas e invisibles retorcían mis entrañas.
–¿Me envenenarían?

Sentí el filo del acero clavarse, centímetro a centímetro, abriéndose camino sobre la piel rasgada y el músculo que cedía a su paso. –Quizás me maten con una puñalada.

Vi un relámpago de luz rompiendo la barrera de un segundo infinito, atravesando con gracia el corazón que aminoraba la marcha de su paso continuo, hasta detenerse por completo.
–¿De un disparo certero, acaso?

Sentí crujir mis huesos, rendir su pobre resistencia, hacerse añicos ante la presión incesante que les aplastaba.
–O tal vez me terminen de una paliza.

Vi a la nada, esperando por mí con los brazos abiertos, mientras un viento fresco me besaba el rostro y anunciaba, al marcharse, el final de tan corto viaje.
–¿Me arrojarían al vacío?

Ya fuera de un modo u otro, sentía como mi sangre se alejaba en un hilo infinito que se perdía más allá de mi vista. Imaginé tantas maneras de perder la vida -ninguna tan benigna como deseara años atrás-, hasta que las visiones se fueron apoderando de la noche, agotándola, haciéndola vieja y cansada… como mi alma. ¿Cómo? ¿Cuándo? Se despertaba en mí una intriga que, lejos de inquietarme, me hacía especular morbosamente con la idea de saber todos los detalles.

Tan sólo habían transcurrido dos noches, desde que cerrara el contrato y pagara el dinero. Me temblaba la voz, pero mis instrucciones fueron contundentes: “pago para que me quiten la vida, pero no deseo saber ni el cómo ni el cuándo ni dónde me llegará la muerte”. Mis pasos vagaron perdidos, hasta que mis ojos dieron con la evidencia de otra resurrección del sol. Aunque todo parecía indicar lo contrario, ayer no fue el día.

II

Luego de un tiempo importante seguía allí, desesperando. Hasta que tocó a mi puerta. Me miró con unos ojos profundos, rasgados y tiernos… mientras se desabrochaba el gabán, dejándolo caer como por descuido sobre el sillón. Su cuerpo reflejaba el incandescente color canela de su piel, completamente desnuda y descubierta. Me dijo con una voz firme pero serena: “sabes por qué estoy aquí».

Me encontraba frente a frente a mi sicario. Aquel día empecé a morir.

© V.Hayes para T.B. (2003)

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* Hoy, es un hermoso día para morir.

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Nota: Relato publicado en “Al pie de la Letra”. Diario Frontera de la Asociación de Escritores de Mérida.

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