Su risa era pequeña y escurridiza. De esa que se cuela por los poros, para llegar hasta lo más recóndito de tu ser. Contagiosa hasta el cansancio, hasta extenuarte con falta de aliento y dolor de costillas. Pero sobre todo certera… sabía los más intrincados escondites de todas tus tristezas, y una por una las pescaba fuera de ti. ¡Ella era inmensa!, pero su risa… su risa que te dejaba agotado y feliz, era particularmente pequeña y escurridiza.
A Trancas y Barrancas 