Nunca se vio a sí mismo como un gran conquistador. Quizás por ello cuando puso pie en la Hispaniola – cinco siglos después del Almirante- las únicas armas que cargaba consigo eran: una guitarra española, un repertorio limitado de canciones y la mirada triste de poeta. Provisto de tan peculiar arsenal, le vi plantarse en el malecón de Santo Domingo, intentando -con poco éxito- intercambiar besos por canciones. Yo, condolido testigo ante tales desaires, terminé por invitarle a tomarnos juntos una fría*… pues de seguro aquel infeliz ignoraba que las mujeres de mi tierra, al igual que las vampiras del «Terror», no tienen ombligo.
Reflexionando a propósito del amor, pensaba que la amaba con premeditación, sin excusas, todo lo adrede que le permitía la física, el físico, las circunstancias y su propia historia. Sobraban subterfugios y metáforas: cada madrugada, cuchara en mano, se dirigía a la mismidad de su corazón dispuesto a desayunarse una buena porción de aquel alma que tanto amaba, y con las mismas, por puro gusto y sin necesidad de comentario alguno, le ofrecía el suyo bien aderezado y servido con guarniciones de palabras, insomnios y canciones. Y así pasaban las horas, y los días, y llegaron los aniversarios de alas de mariposa, sin que el cansancio ni el escualo de las azores pudiera hacer nada por evitar tamaña locura gastronómica.
Deixa que che arrulle, que che cante cancións de amores imposibles que caeron abatidos ante a celosa maxestosidade do mar. Rumorearei ao teu oído, como cantan as dunas para aplacar a furia das ondas, mentres o ceo prepara a tormenta que traerá consigo a morte e a vida. Deixa que che cubra co manto azul e ocre dun momento eternizado,, no que a poesía non necesita maiores palabras… só unha bocanada de aire que cheira tormenta, unha torre que evoca a forza do Atlántico e un can solitario que pousa coma se fose o touro de Osborne. O canto das dunas sempre falará de vellos amores mariñeiros que non volverán.
***
Deja que te arrulle, que te cante canciones de amores imposibles que cayeron abatidos ante la celosa majestuosidad del mar. Susurraré a tu oído, como cantan las dunas para aplacar la furia de las olas, mientras el cielo prepara la tormenta que traerá consigo la muerte y la vida. Deja que te cubra con el manto azul y ocre de un momento eternizado, en el que la poesía no necesita mayores palabras… sólo una bocanada de aire que huele tormenta, una torre que evoca la fuerza del Atlántico y un perro solitario que posa como si fuera el toro de Osborne. El canto de las dunas siempre hablará de viejos amores marineros que no volverán.