Entra un poco de amor… y espera
a hacerse costumbre dentro de mí.
Entra otro poquito… y vuelve a esperar
cuanto sea necesario
… y siento mis honduras acostumbrarse
a este nuevo sentir.
Finalmente llega dentro todo el amor,
sin prisa alguna
y es imposible que vuelva a salir intacto.
“… tantas veces me mataron, tantas veces me morí… a mi propio entierro fui, sola y llorando.” Ma.Elena Walsh
Yo quise cantar… y olvidé que me habían robado la voz. Quise pronunciar tu nombre para materializar lo imposible, volviendo a tu regazo que lo puede todo… Mirarme en tus ojos hasta las lágrimas, justo al momento en el cual el reflejo se distorsiona y me alcanza tu boca.
¡Toqué! Toqué con el puño cerrado de rabia e impotencia, hasta desgarrar la carne y quebrar los huesos de mis pequeños nudillos. Y cuando quedaron deshechas las manos, y ya no había con qué, seguí tocando… Mudos los dedos…
como mi voz robada, que seguía llamándote en silencio.
Oculta,en aquella madriguera de conejos esperé por ti… esperé a que vinieras a buscarme, a llevarme lejos
Cuando no tengo nada que decir… me deleito en la belleza del silencio. Aunque si arrimas buenamente el oído, te darás cuenta que el rugir de la rompiente siempre estuvo ahí… esperándote.
La espera es una dama de cuidado. Mayormente asociada con la virtud de la paciencia, por aquello de «cosas buenas aguardan a quienes saben esperar», no necesariamente juega la partida como nuestra aliada. De hecho pude convertirse en la más temible adversaria, cuando trae consigo como resultado la inactividad.
Quizás la verdadera tragedia de Damocles no era la espada, sino la espera. Esa angustiante incertidumbre que se adueña de todo aquel que aguarda por el favor o el infortunio de la caprichosa Tique. No es tan sólo la posibilidad de perderlo todo, sino mas bien ese estado de vacilación constante, de perplejidad… que nos sumerge en la inacción. Al cabo de un tiempo, del anodino transcurrir de las horas y los días, la propia existencia pasa a ser una burda imitación de la vida… y aun la muerte pudiera parecer una redención, una salida final de ese laberinto del sinsentido.
Mientras uno aguarda -por esos momentos cumbres de pasión que parecen transportarte de nuevo a la vida- hay que ocuparse de seguir viviendo. No hay que olvidar el conjunto por el detalle. No podemos permitirnos fallar en el juego de la espera. Porque, ¿qué tal si como nuestro viejo amigo Godot, aquello por lo que esperamos nunca llega?
El frío está indeciso… no sabe si ya es tiempo de marcharse o si debería quedarse un rato más para compartir la tibieza de otra taza de café. No hay prisas. Decida lo que decida, estará bien.