¡¡¡Shhhhhhh!!! ¿Podrías guardar silencio, por favor?
Tengo el cuerpo flotando en endorfinas y algo muy parecido a la paz, borrándome los miedos. Déjame disfrutar la libertad que llega con ellos, pues su levedad sólo puede sostenerse en el más absoluto silencio… y juro que de los tres, hubo uno que llevó tu nombre. Deja que sonría cubierta de oscuridad, donde nadie verá del brillo de mis ojos ni el conjuro de besos que trajo consigo la noche. ¡Shhhh! Duerme tranquilo, que sigo siendo tuya, como nunca de nadie, siempre tuya…
Ya pronto vendrá el alba, a dormir con su arrullo todo lo inconfesable.
Es cierto, ahora soy el reducto de una historia que se narra en pasado. La sonrisa que nace en tus labios tan sólo para morir a los pocos segundos, porque es peligroso dejarla vivir más… hasta el punto en donde la piel se achina y los poros se abren a una, para recordarte que por dentro sigues aterido de miedo. ¡Sí!, soy el nombre que se escapa entre la queja y un gemido, cuando estallas mis orgasmos dentro de otra, y otra, y otra más… ese que pronuncias tan bajito, tan quedo, que sólo yo, al otro lado de la vida, puedo escucharlo. Soy la puta nada, el silencio que duele, la ausencia que en el atardecer dilata tus pupilas, para que puedas verme en cada sombra que te habita. ¡Oh sí!, aquel mismo infortunio que tu maldices y que a mí me hace sonreír cada vez que te pienso … porque que fue … porque fuimos.
Después de haber soportado la carga del deber y de haberse entregado por completo al caduco arte de la creación, estaba firmemente dispuesto a enamorarse con intensidad, cabalmente; en eso al menos le gustaría llegar a ser ni más ni menos como cualquier otra persona. En la atmósfera y en su corazón reinaban mezclas de sentimientos extraños y, quizás por eso, cuando la conoció no osó siquiera a pronunciar su nombre.
***
Poco después del adviento, en una olvidada esquina de un lugar que tenía toda la pinta de ser el universo infinito, algo o alguien -probablemente la casualidad- me reveló tu nombre. No fue un soplo de suave cadencia, no. Lo recuerdo más bien como un aullido, una perturbación necesaria y violenta del aire, que me despertó del letargo y la tristeza, e, igualito que un perro, me puso tras tu rastro.
***
Indiferente a lo que veían sus ojos, vivía refugiada en las tenues sombras de un sueño ciego, y era allí, en la intimidad de la penumbra, donde tenía por costumbre mostrar las coordenadas de su belleza. Nunca dio muestras de heroicidad alguna en la defensa de su yo hasta que, finalmente, fue conquistada por una persistente tentación que la perseguía desde muy lejos. Las flechas del tiempo saetearon cada poro de su hermosura, pero nunca se olvidó de respetar su propio sitio en el mundo.
Un día se enfrentaron, en una épica batalla, «lo que nunca he tenido» contra «lo que perdí». ¡Mira que pasarme a mí!, que con tanto cuidado supe guardar las distancias, manteniendo a cada cual en rincones apartados de mi cabeza y de mi corazón.
Cabe decir que, de aquella trascendental confrontación, el único daño colateral fui yo… que bien aprendí la lección de no volver a conjugar en un mismo anhelo, los sueños con los recuerdos, por mucho que se parezcan entre si, o coincidan en llevar un mismo nombre.
Ya no tengo que estirar las manos
para tocarte
no preciso pronunciar tu nombre
para saberte mío
nada pido, nada temo…
solo me aferro al dulce sopor
que me produce
el verte envejecer
a mi lado…
poniéndote por mi mejor testigo
de cuánto, todavía
… te sigo amando.
¿Acaso no me reconoces?
¡Mírame bien!
¡Huéleme!
Mete tu lengua en el rincón que quieras.
Me he vestido de ausencia
para seguir tus pasos.
He perdido mi nombre,
para que ya no puedas maldecirme.
Más sigo aquí…
queriéndote en silencio.
“… tantas veces me mataron, tantas veces me morí… a mi propio entierro fui, sola y llorando.” Ma.Elena Walsh
Yo quise cantar… y olvidé que me habían robado la voz. Quise pronunciar tu nombre para materializar lo imposible, volviendo a tu regazo que lo puede todo… Mirarme en tus ojos hasta las lágrimas, justo al momento en el cual el reflejo se distorsiona y me alcanza tu boca.
¡Toqué! Toqué con el puño cerrado de rabia e impotencia, hasta desgarrar la carne y quebrar los huesos de mis pequeños nudillos. Y cuando quedaron deshechas las manos, y ya no había con qué, seguí tocando… Mudos los dedos…
como mi voz robada, que seguía llamándote en silencio.
Oculta,en aquella madriguera de conejos esperé por ti… esperé a que vinieras a buscarme, a llevarme lejos
Se detiene en cada espacio,
como si pudiera ver
las heridas invisibles
de mi espalda lacerada.
Las mismas que se esconden
tras la sonrisa amable
de todo aquel que encuentra
lo que no anda buscando.
Esas heridas sin nombre,
porque las cosas que se nombran
pasan a ser reales
… y la realidad no siempre es bella.
Por ello quedan allí,
impronunciables,
aunque latentes.
Se detiene
en cada pétalo de piel que deshoja,
como si presintiera
el pimpollo reverdecido
que todavía late
en el interior de todo lo marchito.
Se detiene
y yo… amo cada pausa
que, con sus pies diminutos,
marca sobre mi espalda,
sobre mi vida.
Ella se levantó al escuchar su nombre. Los aplausos, como la ola que envuelve al surfista, la hacían caminar un poco tambaleante. Pensaba en su nombre al lado de los nombres que tanto le inspiraban. Se disponía a subir los escalones que la harían diferente a los demás, ante los ojos de los demás. Pensaba en los amigos, en quienes a lo mejor ahora dejarían de serlo, y en muchos más que, tal vez, desearían su amistad como quien cree en los dioses del Olimpo. Se vio en la tarima, entre nubes y cánticos angelicales, ensayaba un discurso (subía un escalón), una sonrisa emocionada (el segundo escalón), se escuchaba a sí misma con una voz dramática que la haría inolvidable (un ardor punzante parecía oprimir su diafragma, le impedía respirar), una mano sujetaba su brazo con una presión suave pero firme. Desvió la vista del próximo escalón y tropezó con la mirada extraña de algunos colegas. Sintió el acoso de la envidia, la rabia, la sorna… sintió la soledad que la aguardaba con una corona de laurel. Por fin miró el rostro que iba con la mano que la sostenía, ya a punto de dar el próximo paso. Una tibieza la invadió al primer contacto con aquella mirada, con aquel conjunto de miradas. Su madre, sus hijas, las amigas amadas que eran parte suya estaban en aquel par de ojos. Lo que más le estremeció, sin embargo, fue ver que quien la miraba, era ella misma desde afuera.
No supo cómo regresó a su butaca. Escuchó la voz que nuevamente anunciaba el ganador del laudo. Escuchó el rumor de los aplausos, envolventes como olas.
Hubo en mi vida una locura que llevaba un nombre parecido al tuyo, olía a tu perfume, sabía más o menos a ti. Creo que tenía tus mismos rasgos, peso, estatura, cabellos castaños, ojos cafés. Cuando hablaba, inventaba las mismas grandilocuentes teorías, que seguían sin tener ni pies ni cabeza, lo mismo que tú. Y cuando sonreía, ¡Ay, cuando sonreía!, era capaz de poner en marcha al mismísimo sol, tal como tú. También fue breve, céfira y leve como el viento del Norte. También se marchó. Y yo hubiese jurado que toda su presencia fue el invento desesperado de mi poca cordura, a no ser por aquel café que fue testigo mudo de nuestro encuentro… pero que cada mañana, rompe las leyes de la lógica y me habla, para decirme que quizás no todo está perdido.