Volvemos, caminamos dos pasos para ver el entorno y volvemos al punto de partida cuando no tenemos zorra idea de qué hacer con nuestras vidas, las personas que tienen claro al menos en dónde no quieren estar se ahorran a si mismas la humillación de resolver los asuntos de la vida dando pasos atrás, faltando a su propia palabra, deshaciendo los pactos, o traicionando las confianzas por volver al sitio del que salieron en su momento, algunos, incluso, recuerdan por qué se fueron, y aunque todos tenemos miedo, algunos, preferimos una herida en combate con lo desconocido que luchar dos veces contra enemigos ya vencidos.
Es cierto, ahora soy el reducto de una historia que se narra en pasado. La sonrisa que nace en tus labios tan sólo para morir a los pocos segundos, porque es peligroso dejarla vivir más… hasta el punto en donde la piel se achina y los poros se abren a una, para recordarte que por dentro sigues aterido de miedo. ¡Sí!, soy el nombre que se escapa entre la queja y un gemido, cuando estallas mis orgasmos dentro de otra, y otra, y otra más… ese que pronuncias tan bajito, tan quedo, que sólo yo, al otro lado de la vida, puedo escucharlo. Soy la puta nada, el silencio que duele, la ausencia que en el atardecer dilata tus pupilas, para que puedas verme en cada sombra que te habita. ¡Oh sí!, aquel mismo infortunio que tu maldices y que a mí me hace sonreír cada vez que te pienso … porque que fue … porque fuimos.
No es verdad que estoy sola
y tomo té a las cinco de la tarde
está el miedo
hueco en el me sumerjo
para no pensar en vos ni en la muerte
también el vacío
donde antes hubo una casa sólida
ahora hay escombros.
Desde el portarretratos floto
joven como en un cuadro de Chagall
y sonrío.
Me cubro la cara miro entre los dedos
rostro hermoso casi amable:
moneda de cincuenta
en el bolsillo
soy.
Túnel verde
por donde pasa el viento
me salgo de la vaina y crezco
como mata desde el tercer ojo
y lo cierro hasta la próxima cosecha.
Palmo a palmo recorro
cada pliegue fino:
rugosidad de humo.
Me sorprende lo poco que queda
de mí marchito en el florero.
Sí
hay días en los que una recoge
pedazos de historia
y se los traga.
Yo soy el miedo que se le metía entre los huesos cuando, en días de tormenta, el viento hacía crujir la endeble choza de madera de sus primeros años. El miedo que le sembraron en la cabeza, a fuerza de repetirle tantas veces el mismo cuento. Ese que al presente, aún vencidas las viejas limitaciones, le estremece el cuerpo entero cada vez que el viento sopla, a pesar del concreto armado que recubre ahora las paredes grises.
Te digo que el viento es tan fuerte, que me roba el aire que he de respirar y por unos segundos, siento asfixiarme.
Te digo que el viento se ha llevado el polvo del camino y ha dejado la tierra desamparada, cuarteada y dura. Ha borrado todas las huellas y las que se pudieran hacer. Como si nunca hubiera estado.
Nunca estaré, no quedará nada de mí, dice el pérfido viento.
Si en polvo nos convertimos al morir, el viento ha arrastrado a los muertos de esta tierra. Aquí, ahora solo quedan vivos que temen morir aplastados por las cosas que el viento les lanza furioso. Se ha llevado las nubes y parece querer llevarse el sol, que flaquea en su brillo.
El viento aúlla y su salvaje odio quiere arrancar los árboles que intentan tumbarse llorando verde de puro terror.
Lágrimas arremolinándose…
El viento me da un poco de miedo porque mueve el banco en el que me siento para escribirte estas cosas que solo pueden pensarse en soledad. Y piensa quien me ve escribir sentado contra el viento, que es terrible estar tan solo.
Tiene razón en lo de estar solo; pero no es terrible.
El viento frío como una muerte, como una anestesia inyectada en la vena; me roba la humedad de los labios y los parte. Me arrebata el calor de las mejillas y en algún momento me hace temblar sin control; pero lo extraño es que el corazón parece hervir, parece un fuego atizado en una fragua. Corazón ardiente y dedos fríos porque no se puede escribir con guantes: pierdes el contacto contigo mismo.
Si tiene que doler, que duela.
Te digo del viento en soledad, porque si estuvieras a mi lado, no podría prestar atención más que a tus ojos y tus labios. A tus palabras y silencios.
Concluyo que eres más poderosa que el viento. Eres la que atiza el fuego del corazón que el viento no puede apagar. La creadora de una soledad, que el viento no arrastra, sino trae.
Te digo palabras que el viento no se podrá llevar, las escribo con tinta de plomo en un cuaderno que ni el viento arrancará de mis fríos dedos.
Es hora de volver a casa, sin huellas.
Invisible y efímeramente.
Adiós.
.
Pablo López
*
Qué bueno. El viento sopla hoy muy fuerte… pero he salido a caminar. Debía combatirlo para avanzar… Debía cerrar la boca para poder respirar… El viento se lo lleva todo y te lo devuelve en plena cara… tierra, hojas… Hoy he ido a caminar y he vuelto con la cabeza oreada… – Marisa Bermúdez
*
¿Qué es el viento ante una pluma de plomo, pesada como la eternidad? ¿Qué es él, ante el pensamiento lúcido, ese que respira quedo tras la nuca? ¿Qué es él, ante una mente bien torneada, de esas que quitan el aliento? No, si no es nada. – Lynette M. Pérez
No les ves, pero las palmas de mis manos esconden callos, de todos los vanos intentos por querer alimentarte el alma. Me siento a un lado del camino, para poder despegar los pies de la tierra que me ata a tu recuerdo y que nunca compartimos… mientras mi espalda, apoya el peso de toda la ausencia que le colgaste un día, sin encontrar alivio.
No voy a negar que “saberte” es el gozo cada vez más lejano que divide la rutina es espacios tolerables; pero se me están acabando los testigos… y nuestra historia se estremece entre besos imaginados y placeres vividos.
He confesado todas mis angustias, roto todas mis promesas y medido cada uno de mis pasos, a sabiendas de que podía engullirme por completo la desesperanza. Dejé que los miedos se acostaran en tu espacio de la cama y ahora cosecho las tempestades que sembraron mis vientos.
Pero te amé, debes saberlo… con pasos inseguros, tambaleantes de miedo. Te amé como tan sólo puede amar la inocencia, impaciente, redonda, plenamente inconsciente. Te amé, con la fuerza brutal del que todo lo cree.
Ahora, quedan atrás tus risas estruendosas perturbando mi orden, como siempre; junto a unos versos que nunca me escribiste y al desorden que habita mis armarios cerrados. Allí, donde guardo las pistas para encontrar tu rastro cuando perdiera el rumbo; en la compleja trama de este sueño escurridizo que compartimos, aunque fuese sólo eso… un sueño.
¡Maldita la esperanza de volver a tenerte!
¿Es que acaso no ves que te has quedado solo?
V.Hayes para T.B. / 2011
***
Sin título, pero con nombre…
Te amé como niña, con los ojos cerrados y el corazón abierto. Con pasos inseguros, tambaleantes de miedo. Te amé como tan sólo puede amar la inocencia, impaciente, redonda, plenamente inconsciente… Con la fuerza brutal del que todo lo puede, del que todo lo cree, del que nada retiene para sí.
Tú, perturbaste mi orden con tu risa estruendosa, con tus versos de hombre, con tu magia de amores. Desordenaste todos mis armarios cerrados y fuiste dejando cosas, donde encontrar tu rastro…
Aprendimos a hablar un lenguaje secreto, que nadie comprendía, tuyo, mío, muy nuestro… Donde encontrarte siempre que perdiera mi rumbo, donde sentirte cuando no estuvieras conmigo.
Quizás por ello sea, que cuando me detengo a contemplar tu risa, o esos ojos aviesos que rompen el silencio, o a embriagarme en tu voz de melodía temprana, o a recordar, la medida exacta donde va mi cabeza en tu pecho… el mío se me quiebra, y el corazón revienta de alegría.
Quizás por ello nacen, cuando menos lo espero, al son de una cantiga, mezcla de isla y cierzo, de entre este dulce caos que armas en mi vida, los versos:
(¿Máis como é iso posible?
Cunha sinxela cantiga,
Unha lembranza só,
Podanme rachar o peito
Até sentir
Explodir meu corazón
en mil bicos infinitos
que están a chamar por seu nome…)
Para nosotros, comer y ser comidos pertenece al terrible secreto del amor. Sólo queremos a la persona que podemos devorar. A la persona que amamos sólo soñamos en comérnosla. Es una historia bellísima, la del propio tormento. Porque amar es querer y poder comer y detenerse en el límite. En el mínimo latido entre el brinco y el acecho brota el miedo. El brinco estaba ya en los aires. El corazón se detiene. El corazón arranca de nuevo. Todo en el amor está vuelto hacia esta absorción. Al mismo tiempo, el verdadero amor es un no-tocar, pero casi-tocar de todos modos. Devórame, amor mío, de lo contrario te devoraré. El miedo a comer, el miedo de lo comible, el miedo de aquél de ambos que se siente amado, deseado, que quiere ser amado, deseado, que desea ser deseado, que sabe que no hay mayor prueba de amor que el apetito del otro, que se muere de ganas de ser comido y se muere de miedo ante la idea de ser comido, que dice o no dice, pero significa: te lo suplico, devórame. Quiéreme hasta el tuétano. Y sin embargo arréglatelas para dejarme vivir. Pero a menudo se transpone, porque se sabe que el otro no devorará finalmente, y se dice: muérdeme. Firma mi muerte con tus dientes.
A veces me sorprendo pensando en lo fácil que resultaría apretar ese abrazo por la espalda un poco más, hasta quebrarle el cuello. Tan sólo para darme cuenta que la gran diferencia entre el miedo y el amor es apenas el sonido que encierra la onomatopeya de un «crack».
Me acerco… y te huelo el miedo. Más allá del punto de quiebre, crece mi resiliencia de ti … y las intrigas de tu boca quedan sin pronunciar en los besos que nunca nos dimos. ¡Maldito cobarde!
Ya poco queda de aquel corazón de metal que se hizo carne para sufrir contigo. Seco el llanto y enmudecidos los reproches, sentirás las dagas negras de mis ojos clavadas a tu espalda aun después de haberme ido.
Confieso que nunca hice caso de tu clarividencia… Ese dejarlo vivir tan sólo, para saber que nació muerto. Perverso profeta. Cuando me eches de menos no te olvides que en un vaso de ron también pueden escucharse las olas de mi mar.