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Miedo

Tengo tanto miedo,
miedo de mí y miedo de ti,
del tiempo que vivimos,
y de los sueños muertos
que deambulan en las noches de plenilunio,
miedo de esta hambre por quererte tanto,
y de esta impotencia por no retenerte.

También, temo por ti,
de tu soberbia y valentía fingida,
temo por el reproche que te viste cada noche,
y el dolor que sembraste en tu alma
con la indiferencia más perfecta,
como el sonido lánguido de un violín moribundo,
scherzo venenoso y melancólico,
tonada, eco distante que nos une y nos abraza.

E. Rivadeneyra P. para T.B.

by desconocido
by desconocido

Como niños… Ella

«Una vez más él estaba allí, esperándola…
tras cada aventura, como siempre.»
Jc

Tras contarla, lo mejor que pudo, la sensación de libertad que experimentó al encontrarse bajo el agua y de las carcajadas que siguieron después, la animaba a lanzarse. «¡Venga mujer!» Ella, paralizada por los recuerdos, regresó en el tiempo hasta aquella mañana en el club naval, donde todos los sábados tomaba clases de natación. Volvió a tener siete años, volvió a sobrecogerse ante el pavor de sentir las manos de su madre -cansada ante su indecisión de saltar del trampolín-, empujarla bruscamente al vacío; volvió a sentir la asfixia, volvió la vergüenza.
La trajo de vuelta al presente la única frase -de todas las que él vociferaba para animarla- a la que prestó atención: “… además, yo estaré aquí.” Y con la mirada clavada en el azul profundo de sus ojos de agua, comprendió entonces que el trauma nunca estuvo en el salto… sino en la ignorancia del después.
Se lanzó de «bomba», con las piernas recogidas, -tan sólo por llevarle la contraria a un recuerdo-. Se hundió hasta que sus nalgas tocaron el fondo y él, hubiese podido jurar que la escuchó reírse, mucho antes de que su cabeza asomara a la superficie.

Trancas Barrancas 

El Abrazo

«Quería protegerla, preservarla del miedo, y no se le ocurrió otra forma que abrazarla. Y eso hizo: abrazarla con ganas, sin reservas.»
J.G.G.

Tras las primeras semanas de aclimatarse a su conocida realidad, el desasosiego fue cediendo paso a una cierta tranquilidad parecida más bien a la resignación. Las horas de sueño fueron aumentando paulatina y lentamente, hasta lograr superar las cinco horas corridas, pero rara vez más allá de las siete.

A pesar de no creerse la frase aquella de que el tiempo lo cura todo, fue acostumbrándose a una existencia relegada… conforme con saber que él seguía allí, medianamente bien y no más lejos de un ojo que le espiaba con mayor curiosidad que vergüenza. Pero anoche, en el momento cuando se disponía a dormir, sintió una desazón terrible. Uno de esos miedos que te exponen, abriéndote todos los poros de la piel a un tiempo, para dejar que el frío te cale hasta el tuétano. La angustia era tan pesada y real que sus labios, no pudiendo permanecer cerrados, dejaron escapar un «tengo miedo»… que, como un susurro, hizo eco cuando se lo llevaba el viento.

No se puede luchar contra lo pactado, sobre todo cuando se sabe necesario.

Sin mayores esperanzas, no recuerda exactamente cuánto tiempo pasó hasta quedarse dormida… pero al día siguiente, desafiando todo pronóstico y cruzando las distancias y obstáculos que mutuamente colocaron entre si, le llegó su Abrazo… uno de esos que, una vez anclados en el alma, es sencillamente imposible desprenderlos.

Trancas Barrancas

Al dormir

Palabras como caricias…

Me gustan sus caricias de palabras…
esas que crea justo a la medida de mis miedos.
Como toma cada cosa que digo
y la trastoca, la vuelca…
para volver a lanzarlas hacia mí,
plagadas de besos pequeñitos,
que se adhieren como una segunda piel.

«Me gustan sus cálidos abrazos en verso, sus besos salidos del texto hasta inundar, como toma cada cosa que digo y la hace flotar, la hunde, la sacude, para jugar a componer universos de mi justa medida y que me gusta habitar, universos plagados de besos pequeñitos que adornan el cielo haciendo que en mi oscuridad la pueda recordar.»

Trancas Barrancas

Autor desconocido
Autor desconocido