Cuando te das cuenta de que vives en una fina capa de roca y tierra que flota sobre un océano de magma incandescente con forma de pequeño planeta que gira a miles de kilómetros por hora en torno a una gigantesca bola de fuego en medio de la nada los problemas se ven de otra forma, en realidad la propia existencia se ve de otra forma, si asumes que en realidad no tienes control sobre nada lo único que queda en tu interior es una inmensa sensación de paz porque por fin te has abandonado a la suerte de tu destino, nos pasamos la vida persiguiendo cosas, metas, proyectos…, es asombroso que tengamos un mínimo control sobre nuestros actos, sin duda una libertad que parece una broma teniendo en cuenta que además sólo estamos por aquí por un tiempo limitado, luchamos sabiendo que todo se va a terminar algún día, ¿de dónde salen esas energías que nos impulsan a asumir proyectos y responsabilidades complejas?, ¿cómo es posible que sintamos una necesidad tan imperativa de trascender como especie en un tiempo y espacio en el que no existen las garantías?, porque no existen las garantías, ¿es quizás la esperanza la mayor fuerza motora de la vida?, y si es así, ¿hasta qué punto depende de nosotros crear y administrar esa esperanza? (Fragmento)
– Querida, hay un periquito muerto en el jardín. ¿Quieres verlo?
– ¡No! No quiero ver nada muerto. ¡Nunca!
– ¡Vale! ¿Tienes algún plan para el día de hoy?
– Sobrevivir…
Acaba de entrar un viento frío por la ventana, pero en lugar de temblor ha producido en mí un profundo estremecimiento… como si desde tu orilla de hielo, me hubiese llegado un beso.
Aun así, tengo un grupo pequeño, pequeñito, sin los cuales vivir no sería lo mismo. A quienes amo sin mesura, independientemente de sexo, credo y origen; de si son presente o habitan ya tras el cristal impoluto de los buenos recuerdos. Inamovibles, no-negociables, grandes en su diversidad, porque enriquecen mi mundo… Un grupo pequeño, pequeñito, a los que llamo «mis indispensables»… y entre los cuales estás tú.
Me arrimo curiosa a su espalda ancha de grandes omoplatos. Deslizo una mano por su cadera aguda de escasa redondez, d e s p a c i o… Mi rostro detenido apenas sin rozar su piel, sonríe… al sentir las cosquillas de cientos de vellos erectos, que danzan como el Morí-Viví, electrizándome.
Cuando el dolor se torna insoportable, y llora… y llora… abrazado al sinsentido de su propia existencia. Despreciado Eternamente presente… pero invisible a los ojos aviesos que sólo buscan detenerse en la belleza … le tomo de la mano y damos un paseo al fresco, para que respire. Le muestro… le quito la careta dejo que el sol le calme y le hago mío… lo acepto, como un condicionante de mi humanidad, como todo lo irremediable que me falta por vivir.
Cuando él, el dolor, se torna insoportable le abrazo fuertemente, y le consuelo diciéndole que todo estará bien…
La entrada no fue para nada limpia. No lograba recordar cuándo había sido último clavado. Probablemente mientras todavía adolecía de juicio alguno. Pero esa sensación de estar atravesando otra vez el canal de nacimiento de su madre; esa sensación que le provocó el golpe del agua mientras le recorría desde la coronilla de la cabeza hasta los dedos de los pies- esa, sí que la recordaba bien… sólo que antes no lograba asociarla con aquel primer día de su existencia.
Tragó un poco de agua por la nariz, como era de esperarse, y al resurgir a la superficie tosió por un buen rato, en busca de aliento. Pero luego su tos, se convirtió en una carcajada profunda e inmensa, que fue seguida por otra, y otra y otra más… hasta desatarse en todo su ser una alegría infantil que creía perdida en los abismos más insondables de su miserable existencia. ¡Estaba vivo!
«Juro que esta sonrisa no es mía, se la tomé prestada aquel extraño.»
JcBrenny
La suya era más bien oscura, sin patrones ni principios definidos. Una alborotadora que aprendió sobre todas las cosas a sobrevivir. Pero aquella calurosa tarde de verano, sentado frente al mar en un banco de concreto, con los pies recogidos y el celular en mano, bajo la sombra protectora de un almendro, situado en el malecón más hermoso del mundo… mientras exhibía para un ser lejano y casi inexistente, la sonrisa más franca y amplia que todo su rostro podía ofrecer… yo hubiese atestiguado, sin lugar a dudas, que la suya era más bien un alma limpia y en paz.
Cada uno hace lo que tiene que hacer para sobrevivir -me dijo. Siguiendo pues sus propias pautas, le digo que … le amo. Porque para sobrevivir me es necesario que usted nunca lo olvide.