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Dagas Negras

“Tú y yo nunca aprenderemos a coincidir…”

Me acerco…
y te huelo el miedo.
Más allá del punto de quiebre,
crece mi resiliencia de ti
… y las intrigas de tu boca
quedan sin pronunciar
en los besos que nunca nos dimos.
¡Maldito cobarde!

Ya poco queda
de aquel corazón de metal
que se hizo carne
para sufrir contigo.
Seco el llanto
y enmudecidos los reproches,
sentirás las dagas negras de mis ojos
clavadas a tu espalda
aun después de haberme ido.

Confieso que nunca hice caso
de tu clarividencia…
Ese dejarlo vivir tan sólo,
para saber que nació muerto.
Perverso profeta.
Cuando me eches de menos
no te olvides
que en un vaso de ron
también pueden escucharse
las olas de mi mar.

Tú y yo… nunca aprendimos a coincidir.

©TrancasBarrancas

Déjâ vu

Hoy estoy triste.

Y no sería nada importante, porque ya preparé los desayunos y los almuerzos, fregué los trastos, alimenté a los perros y la cotorra, lavé dos tandas de ropa y me tomé una taza de café…

pero sigo estando triste.

Tampoco sería trascendental; en la calle se escuchan los sonidos de los autos, los portones mohosos de las casas, los hombres hablando en voz alta, el golpe del periódico contra la pared, pero la tristeza se niega a distraerse y sigue agarrando mi garganta como si naufragara y fuera yo, su tabla de salvación.

El día no es diferente al de ayer y nada me sugiere que lo será al de mañana.

Anoche soñé con una nube espesa y negra. Más negra que la noche en que perdí a mi madre o la madrugada en que murió mi padre, pero eso es imposible.

Por eso es que supe que era un sueño y porque llovía tan fuerte, que los chorros de agua rebotaban contra el asfalto y golpeaban con fuerza mi cara,

como si lloviera al revés,

tal vez para despertarme.

B.M.M. para T.B.

by Lee Sheldon
by Lee Sheldon

Un «diverti-miento» Kafkiano

No se supo a ciencia cierta desde dónde llegó el bicho aquel. Ahora bien, más allá de toda duda fue el susto que se llevó la negra Domitila, a juzgar por el grito desesperado que lanzó desde la cocina al contemplar, escabulléndose entre sus gloriosas piernas de ébano, aquella enorme y desagradable cucaracha. Tras el alarido siguió la pisada, dejando al pobre bicho aplastado más allá de toda redención… y junto con él toda la sapiencia, ingenio y curiosidad que durante tantos años hubo acumulado el bueno de Frank.

Trancas Barrancas

 

Kafka