Todo estaba dispuesto según la rutina que con el tiempo parecía haberse establecido a sí misma: la ventana abierta de par en par, la taza humeante de café negro, el bloc de notas del portátil en blanco… todo en su lugar esperando a que las musas volviesen a llenar la voz que le habita los dedos. Sólo que esta vez esperó… esperó y continuó esperando por días enteros como si las horas se hubiesen detenido justo encima del maltrecho escritorio. Buscó la inspiración por todas partes y nada… ni en los paseos, ni en la música, ni en los releídos versos de sus grandes maestros… ni en la vieja sonrisa de su amor de siempre, ni en sus visitas virtuales por los grandes museos… ni en las impactantes noticias de un mundo en decadencia, o en el cotilleo incesante de los viejos vecinos, ni en los pechos morenos de su amada de turno, ni en el propio dolor tantas veces trasmutado… ¡nada!
Lo intentó todo, pero ni una sola frase coherente vino a llenar el vacío que parqueado frente a él le sostenía la miraba. Entonces supo que finalmente había concluido.