La yelda levedad de tus pechos… me ofrecen
su masa como pan destinado al sacrificio,
para aplacar la furia de mis hambres.
Harina, agua, hurmiento… y mis manos,
se entregan a la hipnótica faena, de procurar
aquel primer alimento de mis nostalgias.
Un ir y venir en movimientos,
ahora suaves… ahora más contundentes,
van dando forma al trigo de tu piel.
Sobre la artesa te descanso, y descubro
bajo la visión oculta de sus mantas,
la turgente firmeza de tus lunas nuevas
y esos hoyuelos que Él tallara
cuando amasaba el barro al final de tu espalda.
Embriagado… en una mezcla de sudor y levadura
… amaso, sobo, dejo recentar, levo…
y el fuego de los leños aguarda crepitante.
Hinco los dientes y siento tu firmeza
Arde mi boca con el vapor que emana tu sonrisa.
Y soy un hombre, un crío, un viejo…
deleitado en la imposibilidad de este milagro
que multiplica tu miedo y mi locura.
«Te dejo descansar sobre el escaño
y al poco tiempo contemplo tu regreso
… entre las manos una taza de café,
el pan, el queso, un guiño y susurrando:
“amor, ya vuelve a estar listo el desayuno.”
Trancas Barrancas