¡Quieta!

 

117 kilos sobre mi espalda rota,
sobre todo mi cuerpo
y tu voz profunda que se arrastra
diciéndome… “¡quieta!”
como si cada sílaba fuese
un lazo de cuero negro
atándome a ti.
“Te amo tanto” -me dices-
“que sería capaz de cubrirte
con la mirada, cuando estés desnuda,
para que nadie más te viera.”
Luego un giro para revertir el amor,
tomo una bocanada inmensa de aire
y ahora soy yo,
quien monta el balancín y ríe…
con todas las risas de la niña
que vive en mí.

©M.A