Sibilina

La primera avispa le picó por mera casualidad. Llegó volando sin prisa, sin mayores pretensiones, como quien hace alarde de sus formas deslumbrantes y de esa negrura de ébano que brillaba a pesar de la oscuridad. Se posó sobre su mano izquierda, sibilina, indiferente a la mirada mesmérica de su huésped, y tan pronto sintió el movimiento de la sangre bajo sus patas, clavó su aguijón con tal furia que la muerte no tardó en llegar apenas unos segundos después.

Fue a partir de aquella picadura que desarrolló el extraño gusto por revivir, una y otra vez, ese instante primero, en donde naciera su afición. Parecía obsesionado con el dolor… o quizá disfrutaba el placer de verlas morir clavadas a su cuerpo.

JcB. para T.B. (2014)