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Lomos… II

(Provocado por sus «Lomos»)

A pesar de que algunos pensarían que es objeto de vergüenza el pensarlo, ni digamos el hacerlo, me enloquece olfatear tu ropa usada luego de revolcarnos en el patio trasero, cerca del establo. El relincho de Brau me lo recuerda. Acerco entonces tu camisa a mi rostro, acaricio con ella mi pecho, y vuelvo a enterrar mi nariz en su aroma luego de enjugar mi vientre. Es mi rito sagrado. Vuelve a relinchar Brau, asomado a la ventana… como si supiera…

Miranda Merced

 

 

Entre estas sábanas…

… para el “Amor” de nuestras vidas.

Amor del Puerto… y de mi piel de espejo
donde se refleja el dulce amargo de tu sonrisa,
donde se encuentran mis labios y tus labios
en un beso de antojos y ansias locas.
Amor… mi Amor de ojos tristes,
deja que venere tu imagen silente,
deja que mis ojos se coman tu boca 
y te ame una vez más entre estas sábanas,
para decirte luego, adiós… para siempre.

El abrazo fue intenso… tanto, que pude sentir como comprimía fuertemente mis costillas; al tiempo que su respiración, tibia y cadenciosa, se entrecortaba por la falta de espacio entre los cuerpos. Olía a una extraña mezcla de salitre… salitre, albahaca y pasto de prado abierto… colándose imperceptible, por cada poro de mi piel, como el aire mismo, como el mismo aire… embriagando a su paso mis sentidos.

– Ojos tristes… desde siempre espejos, desde siempre tristes. Deja que me mire en ellos… que me muera en ellos… que me pierda en ellos. Aunque he de reconocer que la nariz fue siempre lo que más me gustó de ti. Y esos labios… ¡ummm… esos labios!, finos, delgados, siempre silentes. Has de admitir que nadie les conoce como yo… yo, que he recorrido todos tus accidentes… yo, que me conozco cada pliegue de tu rostro.
– Y yo los de tu coño -, susurró a mi oído, muy quedo, mientras mordisqueaba mi oreja.
( ¡Cuánta razón en tan breve brote de sinceridad!, suspiro para mis adentros).
– ¿Cuántas veces hemos hecho el amor, entre estas sábanas, bajo las sombras?
– ¡No lo sé! No las he contado… no lo recuerdo.
– Siempre te has vanagloriado, pequeña, de tu mala memoria.

Apretaba… seguía apretando con más intensidad cada vez; y ante su fuerza descomunal cedían mis costillas, mis sentidos, mis más delirantes pensamientos. Apretaba como si en ello se le fuera la vida, como si esperara que la eternidad nos abriera la puerta.

– No importa cuánto quieras hacernos uno, no es así como vas a conseguirlo- ahora era yo quien susurraba a sus oídos, mas no logré esbozar la sonrisa maliciosa de mi ironía.
Se hizo silencio… Sentí sus manos deslizarse, dibujando mis espaldas; alejarse de su centro y correr sin prisa hacia mis brazos, cuesta abajo, en un recorrido seductor y parsimonioso.

– Yo… yo ya no soy tan bueno como antes– dijo, mientras iba retirando muy lentamente mis brazos de alrededor de su cuello.
Contrario a lo esperado, esta vez mis manos no buscaron aferrarse sino que se dejaron ir… como se escurre el agua entre los dedos, como se me iba el alma prendida del hilo de su abrazo.

– Amor… (sonó como un suspiro)

Se cerraron las ventanas de mis ojos para que no pudiese ver la verdad. A diferencia de otras ocasiones, esta vez encontré la manera de enfrentarme a la noche… completamente sola.

(Amor del Puerto… y de mi piel de espejo
donde se refleja el dulce amargo de tu sonrisa,
donde se encuentran mis labios y tus labios
en un beso de antojos y ansias locas.
Amor… mi Amor de ojos tristes,
deja que venere tu imagen silente,
deja que mis ojos se coman tu boca
y te ame una vez más entre estas sábanas,
para decirte luego, adiós… para siempre.)

 

©Ada Hayes / 2002
Publicado en el libro Liturgias de Mujer.
Alternativa Editorial. Galicia. España.

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