Caricias que matan

Al verla llorando, la acaricié. Fue entonces cuando encontré una garrapata en su cabeza. La bañé y saqué la hinchada inquilina. Al día siguiente cuatro garrapatas caminaban sobre la caja de agua. Fumigué la entrada y boté la alfombra. Dos días más tarde, diez garrapatas se arrastraban por debajo de la puerta. Bañé a Fiona, le arranqué veinte parásitos, fumigué adentro, tiré la ropa que estaba cerca y me acosté de madrugada. En la mañana las paredes de la cocina y el techo de la biblioteca estaban llenos de los ácaros. Bañé a mi perra, otra vez, le saqué cientocincuenta machos y cinco madres, fumigué, deseché mis libros, boté las ollas y salí a trabajar. Temí abrir la puerta al regresar en la tarde. Con horror vi cientos de los arácnidos marchando sobre la mesa, en las butacas, en mi cepillo de dientes y encima de las camas. Cubrían la cara de Fiona, sus patas, su pecho, entre cada dedo y dentro de las orejas. Era toda una llaga oscura de garrapatas.
Quemé la casa con Fiona adentro. Mi hijito lloraba al escuchar los alaridos de la perra. Acaricié al niño. Fue entonces cuando encontré una garrapata en su cabeza.

Blanca Miranda M.

Huellas