Saberte…

#TrancasB

Asumí saberte entera
mujer divina de ternuras,
soplo de colores esparcida por el tiempo,
verso de luna reflejada cual secreto,
canto de espuma envuelta en maravillas,
beso oculto en las tertulias del silencio,
huella y canto ante el peligro de mis pasos,
mirada en el deseo asumida en mi regazo.

Eugenio Rivadeneyra P. para T.B.
Abril 2021

by desconocido

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Amaneció sin mí…

#TrancasB

Amaneció sin mí, sin voz
derramándose en mi mente,
sin pensamientos, o sentimiento alguno
aferrado a un sueño, solo…
en espera de algún indicio de vida
o de tiempo.
Pero llegaste tú, bañada
de discretas sonrisas, de chispas
distraídas en el colapso de vientos
matutinos, de sabores ajenos y
ansiedades confundidas.

Amaneció en el vergel de los
tiempos escasos, de los besos
perdidos y las promesas
incumplidas, de los anhelos
al margen de esperanzas,
hechizado por la cadencia
de tu ser, al tiempo
de miradas esquivas que se buscan,
al verso del deseo moribundo,
de una madrugada sin los dos.

Eugenio Rivadeneyra P. para T.B.
Abril 2021

by desconocido

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Macaco… El Libro (Reseña)

Macaco (El Libro) Reseña

#TrancasB

«Lo cuento, por lo tanto es cierto»
César Namnúm

Macaco, es el segundo libro de cuentos que cae en mis manos, del artista dominicano César Namnúm. Y digo artista, no tan sólo escritor, porque como casi todos los seres sensibles a la vida, a la belleza y a sus distintas manifestaciones, es tanta la esencia que le habita, que le brota hasta por los poros. César Augusto es músico, cuentista, fotógrafo, radiodifusor -con más de una treintena de años de experiencia-, en fin… yo añadiría también, un tanto filósofo, un mucho maestro y un poquito aprendiz de poeta. Todo un señor artista.

Macaco, es un libro que consta de doce cuentos, escritos en esa forma tan particular de escribir del autor, como si te contara – entablando una especie de diálogo intimista con el lector-, len donde o cotidiano danza entre dos jánicas figuras que desde siempre han inquietado…

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Del Café y el Absurdo

En la esencia misma de la Filosofía del Absurdo, Camús concede a Sísifo un instante de libertad: cuando habiendo terminado de empujar el peñasco montaña arriba, y antes de tener que empezar su fútil tarea de nuevo, lograba imaginar -a pesar de su ceguera- las vistas del paisaje que yacían ante él… y, en el descanso de dicho pensamiento, le suponía alcanzaba un brevísimo estado de felicidad.

Entonces, a pesar de esta infame pandemia y sus nefastas secuelas, aprovechemos el descanso de dos días que nos brinda la semana.. Tome despacio su café; prepare otro, cuando el mismo se le haya terminado; vuelva a la cama a deleitarse en una deliciosa lectura; ordene algo para comer o, si le es posible, salga a comer fuera. Haga aquello que más le plazca… pero, mis queridos tranquer@s, ¡vivamos pues!, que esto dura tres días y ya van dos… y el lunes no tardará en llegar, donde nuevamente nos tocará empujar cuesta arriba la piedra, si acaso.

#TrancasB

by desconocido

UN DÍA INOLVIDABLE…

Si no me besas, no daré un paso más. Y detuvo de improviso nuestra caminata. Mis enormes ojos se desorbitaron de incredulidad al ver cómo se plantaba frente al Palacio de Oriente, estratégicamente ubicado junto a una de las terrazas, desde donde le llegaba el rocío de agua con el que refrescan a los comensales en el abrasante verano madrileño. ¡Pero estamos en medio de la calle! Repliqué. Volvió a mirar hacia el pequeño abanico que justo en el momento le entregaba otro beso de rocío, y tras pintar esa sonrisa distémica con atrevida premeditación contestó: ¡me puedo pasar aquí toda la tarde! Y se encogió de hombros.
No te lo puedo creer… todos nos están mirando. Si no me besas, no daré un paso más; quiero que el mundo sepa que eres mía, VidaGrande…y este me parece un buen lugar para comenzar. Entonces le besé. Y me besó. Y nos besamos frente a transeúntes despreocupados y comensales curiosos, a quienes descubrimos sonriendo cuando aquel beso infinito concluyó. ¡Vamonos de aquí! Dije con un rubor indistinto entre calor y vergüenza. Pero si hemos llegado… justo aquí está reservada nuestra mesa. Completamente despreocupado, señaló hacia la esquina más próxima a nosotros, donde precisamente nos esperaba la única mesa vacía.
Allí nos sentamos, tomamos un aperitivo, comimos unas tapas. Allí vimos caer la tarde de domingo y sentí cómo poco a poco se desvanecían primas vergüenzas y culpas ancestrales. Allí, donde me besé en público por primera vez… en total libertad.

#vitahayes

by Teté Marella

A Espadas De Ti…

A espaldas de ti,
me conmueve el silencio en el que vives,
me trastorna tu pensar arrodillado,
cual testigo distante de soledades,
que calla la diligencia de sus pesares.
A espaldas del tiempo,
me invento un amor correspondido,
me bebo un beso brumoso y discreto,
de un recuerdo disoluto e imperfecto,
una pústula sanada
entre versos bien habidos.
A espaldas de mar,
te vislumbro serena cual oleaje durmiente,
te observo cabizbaja, de paz, y libre de penas,
en el oleaje de tu labio entre abierto,
y con la boca exclamando mis besos.

Eugenio Rivadeneyra P. para T.B.

by desconocido

Del Café y las Complicidades…

En el café de las mañanas rallo un poco de nuez moscada… y con la palma de la mano derecha, en movimientos circulares, recojo las virutas que caen fuera del tazón; luego la froto contra la izquierda, y llevo ambas manos hasta mi nariz en una especie de mascarilla orgánica, improvisada. Respiro profundo y entonces llega ella… mi vieja. 
Mi viejita hermosa, plagada de canas y sin una arruga visible, como yo; rallando la nuez moscada sobre su café con leche de las mañanas. 
¡Cuánto tenemos pendiente por conversar! Desde dos espacios distintos nos miramos, y cada una sonríe a la otra… desde el recuerdo ella… desde la presencia, yo.
Sigues jugando con fuego, me dice… y yo le guiño un secreto acabado de estrenar. Ella se ríe a carcajadas, porque sabe que, siguiendo su buen ejemplo, el café lo tomo amargo… y a los hombres, sólo cuando quiero.

#vitahayes

by desconocido

Sin Redención Posible…

Faltó perderte en mí…
medir a palmos de tus manos,
mis profundidades.
Faltó conocerme
como fui conocida,
en la absoluta ausencia
de esta ignorancia de mí
que te acusa.
Faltó libar la ambrosía
de mi sexo hambriento
y deleitarte en su dulzura intacta.
Faltó todo, menos la crueldad
que habita en el corazón de aquellos
que se saben hijos de la inteligencia.
Triste conocimiento del absurdo,
que no les deja ver
el único paraíso desnudo
en donde no hay redención posible.

#vitahayes

Amantes que se quieren…

Menos…

Tendida espera impetuosa,
sobre ella penetro al gemir de sus encantos,
con alientos entre cortados, la desvisto
de espasmos,
sin aire ni vocablos,
sin tiempo que delate eternidades,
aún con besos moribundos,
en vilo de mi cuerpo asido a sus carnes y a su sexo,
a sus ansias tan mías como suyas,
a la agonía recorriendo todo mi cuerpo,
jadeante comulga mi derrote sobre
sus carnes repletas de ambrosía,
de intrépidos bombeos cargados de
ansiedades, derramando mi sabia caliente
en deseos convulsos entre amantes que se quieren.

Más…

Entre el beso y el abrazo,
hay un letargo de versos y rumores silenciosos,
roce de lenguas y cuerpos emancipados en penumbra,
acarician el verso más oculto de su ser,
al tiempo una lluvia de caricias
dibujando un te quiero interminable,
una silueta grabada piel con piel,
el recuerdo más dulce emanado de los labios,
la cadencia penetrada más sutil como virtuosa.
Entre las ansias amorosas,
corre el tiempo diligentemente distraído,
y al tiento la entrega entre piernas y brazos,
lenguas amorosas divagando vocablos de te quieros
nunca antes pronunciados,
sexos calientes deseosos de mayor intimidad,
penetrados al unísono del tiempo sin espacio,
al sudor y fluir amoroso de sus carnes en flor,
al vaivén estremecedor de piernas y brazos recorriendo
el pecho y el vientre,
el rostro y la mente,
la muerte en vida que se unen por instantes,
la invisible sustancia en un cuerpo de dos,
penetrando inconsciencias,
implotando caricias al canto silencioso de un te quiero.

Eugenio Rivadeneyra P. para T.B.
Marzo 2021

by desconocido

Del Café y el Hacerse Viejo…

Cuenta mi vieja, cada vez con menos frecuencia, aquella ocasión en dónde, inadvertidamente, desaparecí de casa. Al no dar con mi paradero, salieron a buscarme por el vecindario. Pocos metros después me encontraron sentada, conversando, al lado de Don Juan -un vecino nuestro, cercano en aquel entonces a su octava década de vida… yo tenía apenas tres años de edad-. Momentos antes de que mi madre reparara en mi presencia, ya se escuchaba mi vocecita dicharachera replicar: «pues sí, don Juan, como le seguía diciendo, don Juan…». «Siempre has sido una vieja, -acota mi madre al rememorar la anécdota- aun cuando eras tan sólo una niña». Aquello de aprender a cantar con menos de dos años de edad y haber sido alfabetizada a los tres, no ayudaba mucho al caso. «Pero no tan sólo te has comportado como una vieja, sino que a lo largo de tu vida has disfrutado de la compañía de personas mayores que tú» -concluía sentenciosa.

¡Hummm! ¿Qué tiene la gente mayor que me atrae tanto? Algo que he atesorado a lo largo de toda mi vida: ¡Conocimiento! Ese saber ser que sólo otorga la experiencia… y además, esa actitud de «me importa un carajo lo que pienses», la cual aspiro llegar a alcanzar algún día no muy lejano.

Me estoy haciendo vieja, aunque el gringo insista que mientras él esté, ese es un tema que tengo prohibido tocar, -por cuestiones obvias, él tiene 20 años más que yo-. Dice que soy una bebé, una que se cree más vieja y más sabia de lo que verdaderamente es. Mas yo insisto. Porque no sólo veo el deterioro físicamente: estoy cada día más crocante (empiezan a sonarme cosas aquí y cosas allá), y todo lo que antes habitaba en el segundo nivel, empieza a ser afectado peligrosamente por la ley de la Gravedad, que no perdona ni hace acepción de personas.
Aunque considerablemente menos, comienzan a reflejarse también ciertos fallos cognitivos, la prodigiosa memoria empieza a fallar; cada vez son más frecuentes los episodios donde me quedo enganchada intentando recordar algún nombre o, perdida en el espacio, un rostro u ocasión. Pero donde más comienzo a sentirlo últimamente es en los afectos. ¡Sí! Emocionalmente, para bien y para mal, también nos vamos haciendo viejos.

Desconozco si en psicología existe tal concepto de «envejecimiento emocional», y lo cierto es que pocas ganas tengo de averiguarlo; sólo sé que voy experimentando una sensación completamente novedosa para mí, que siempre fui un dechado de optimismo, alegría y buena vibra. Con cada día que transcurre «¡Me vale madre!» un mayor número de cosas. Hay menos gusto por el drama. Me he vuelto intolerante ante un mayor número de personas. Pero sobre todo, lo que antes me emocionaba enormemente, ha decrecido de manera sustancial en niveles de intensidad.

Enamorada del amor, como he vivido siempre, perseguía con ahínco y devoción dicho sentimiento de enamoramiento. Tuve los mejores maestros. El juego de la seducción era mi fuerte… y disfrutaba de cada movimiento con la misma intensidad con la que suelo jugar al ajedrez (¡Gracias Papá!) o al Monopolio. Las personas apasionadas no sabemos ser de otro modo. La vida fluye con una intensidad sobrenatural por nuestros cuerpos. No solamente existimos, ¡vivimos! No solamente nos quemamos, ¡ardemos! Pero con la subida, viene también la bajada; con los altos vuelos, también las caídas; y cada vez se torna más difícil encontrar un pedazo de piel, que no se encuentre marcado por viejas cicatrices de peleas libradas en los campos del amor y la vida.

Entonces un día, te das cuenta que comienzas a fraccionar el tiempo transcurrido en función a «bajas de guerra» y «daños colaterales»… te tornas menos atrevido, más cauteloso; declaras, voz en cuello, tu disposición a reducir cada vez más el «comer mierda ajena» y lo que antes te parecían «halagos», comienzan a verse como verdaderos «acosos», los cuales son necesarios evitar a toda costa, para conservar una buena salud mental. ¡Nada! Que te ubicas con los pies firmes sobre tierra, y terminas agradecido con los lastres que antes acusabas de no dejarte volar a tus anchas. Todo esto sólo puede tener una explicación: ¡me estoy haciendo vieja!

Alegoricamente hablando, la mujeres sabemos que no todos los orgasmos son iguales. Las intensidades de los mismos varían de manera descomunal. Los hay desde pequeños corrientazos, que te producen una especie de cosquillas por todo el cuerpo, hasta verdaderas descargas eléctricas que te elevan a una especie de paroxismo cercano a la muerte. O como dice mi admirado Febo, en su atrevida y lujuriosa opinión: se pasa de «una cremosa sinfonía de la alegría», los segundos, a «una lágrima láctea que cae desfallecida» los primeros. Pues bien, algo parecido termina sucediendo con las experiencias vividas. Las emociones, en su descubrimiento original, son percibidas en su máxima intensidad; aunque a medida que se van sucediendo una y otra vez en el tiempo, comienzan a parecerse a aquellos orgasmos menores, todavía satisfactorios pero… nada que ver.

Envejecer es para valientes, me lo dice el gringo todo el tiempo; como alentándome para que no desfallezca en el intento de mantenerme a flote en esta carrera contra el tiempo, que indefectiblemente terminaremos perdiendo. Envejecer es para valientes, ¡sí señor!, sobre todo cuando reparas en el hecho de que muchas de las cosas que creías blindadas, porque al ser inmateriales nadie te las puede arrebatar, no lo están. También son susceptibles a perderse… y definitivamente son para nada eternas.

Una de las pocas cosas buenas que todavía logro extraer de este envejecimiento emocional, es la desdeñada mirada hacia el futuro. El futuro es aquella dimensión tiempo-espacio, en donde probablemente no llegaremos a estar. Le pertenece a la juventud. Esa misma juventud que es desperdiciada en los jóvenes, como decía Bernard Shaw. Máxima incomprensible la primera vez que la escuché de labios del gringo (con apenas yo una veintena de años)… y pensar ahora, qué bien me calza el sombrero. La impertinencia propia de la juventud no me exaspera, por el contrario, la encuentro terriblemente graciosa. Me provoca una sonrisa maquiavélica el pensar que no hace tantísimo tiempo yo también estuve ahí: afirmada en el pedestal de los que creen saberlo todo a sus treinta y a los veinte sufren la terrible carga de la inmortalidad.

Yo, que siempre estuve rodeada de gente mayor, comprendo ahora esas miradas condescendientes ante la insolencia que exhibía. Y ahora que me ha tocado seguir sus ejemplos y sus pasos, entiendo tan bien el porqué los hombres de mi vida, en algún momento, como respuesta a las impertinencias de mis años mozos, han terminando mandándome a la mierda.
Unos han encontrado el perdón en sus corazoncitos, y ahora somos los mejores amigos posible; otros, a pesar de todo el tiempo transcurrido, todavía no me dirigen la palabra…

¡En fin! ¡Ame! Ame todo cuanto pueda, ahora que todavía reconoce al sujeto amado y se reconoce a usted mismo. Ame, mientras las fuerzas físicas le acompañen; pues la pasión sí que es una verdadera descarada, y aunque coquetea con todos, se entrega tan sólo a los más aguerridos. Ame, antes de que la rutina, las vivencias, la vida misma termine de robarle la poca inocencia que le queda (si es que le queda alguna) y el amor alcance su inevitable destino ágape, en donde reina la serenidad, la comprensión y el más absoluto de los aburrimientos.

«Vuelve a leerlo dentro de veinte años», es la recomendación del gringo, una vez concluida mi lectura.

#TrancasB
Abril 2021

Fagia

Llevaba varios días despertándose agitado y sudoroso, a pesar del frescor de los 24 grados del clima artificial. Si era producto de una pesadilla, no la recordaba; pero de haber tenido que nombrar la extraña sensación resultante, la describiría como el desasosiego que produce el saber que tu cuerpo se está comiendo a si mismo. Más que comiendo, devorándose con fruicción y gula, a un ritmo acelerado e inclemente.
De no haber tenido cita con su endocrino, la cosa hubiese quedado allí… pero con cada marca sustraída, de la cifra que fuera su peso anterior, la maldita báscula le iba confirmando sus más antropofágicos temores.

#TrancasB

by O. Guayasamín